
Nueve meses no es un lapso de tiempo significativo dentro del período de treinta y tres años que han pasado desde la recuperación de la democracia. Sin embargo, en estos meses se observan tendencias claras de un nuevo modo de hacer política. Se pueden enumerar algunas medidas y leyes que francamente apuntan en esa dirección y que no son meramente coyunturales. La no reelección de los intendentes del Gran Buenos Aires, la ley del arrepentido para casos de corrupción, la eliminación de propaganda oficial en el futbol para todos, la creación del ENACOM (Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM), que asume las funciones de la AFSCA y el AFTIC, disueltas, la ley de acceso a la información pública, la ley de reparación histórica para los jubilados, acatando un fallo de la Corte Suprema, la reinserción internacional de la Argentina, etc.
Estos logros son destacados por todos los observadores políticos del mismo modo que se resalta el abandono de un estilo de confrontación sistemático con los opositores. Sin embargo, estos hechos bien conocidos pueden ser interpretados en una perspectiva más amplia. Según esta interpretación, la Argentina está asistiendo a un verdadero cambio de trayectoria histórica.
En abreviatura, las trayectorias históricas son el resultado de elegir alguna de las posibilidades que se ofrecen a un pueblo en razón de su proyecto de futuro y están influidas por la cosmovisión internacional imperante en la época. En este sentido preciso, distinguimos cuatro grandes trayectorias argentinas: liberalismo (1853-1916), nacionalismo (1916-1943), populismo (1943-1983) y democracia (1983-2015). El punto de partida de cada una de las cuatro grandes trayectorias argentinas ha estado invariablemente asociado a una enérgica convergencia generacional acerca de un puñado de nuevos principios y valores enfrentados a la pretensión colectiva anterior, que significaron la pérdida del poder de la clase dirigente hegemónica a manos de nuevas coaliciones de poder.
¿Existe un consenso parecido en la actual circunstancia política?
Para nosotros, están dadas las condiciones para una trayectoria que se entrelace con las trayectorias anteriores, principalmente con la democrática, porque consideramos que ésta ha dado todo de sí y se degradó en manos del peronismo hegemónico, cuya variante kirchnerista la condujo a una democracia de baja calidad y resultados mediocres.
Si esto es así, los cambios que estamos viviendo trascienden los acontecimientos de los meses pasados y los venideros, sin restarle su crucial importancia. Por esta razón, conviene precisar cuál es la trayectoria histórica que se está gestando en estos días.
Una trayectoria argentina posible con la potencia de suceder a la trayectoria democrática se desplegará en moldes de un fuerte afianzamiento de la instituciones de la Constitución y en virtud de ello tendrá un nombre que habla por sí solo de su contenido: la trayectoria institucional.
¿Es posible una trayectoria institucional? Aún cuando el mundo occidental vive una era de intensas dudas sobre sus valores constitutivos y enfrenta poderosos desafíos desde el interior de las naciones y desde el contexto internacional, la cosmovisión dominante sigue siendo la democracia liberal y republicana, basada en instituciones sólidas y en el estado de derecho. Desde esta perspectiva, el contexto internacional es favorable para una trayectoria institucional que consolide los logros de la trayectoria democrática y corrija sus innegables defectos. Por el lado de los recursos, la Argentina mantiene intacto todo su potencial y el talento y la capacidad de esfuerzo de su población. No percibimos restricciones que tornen imposible una trayectoria institucional que sea la continuación natural de la trayectoria democrática. Compensa estos elementos positivos la presencia de un Estado hipertrofiado en gastos y minusválido en servicios, que es un pesado lastre para la sociedad civil.
La sociedad argentina ha vivido sujeta a los vaivenes de líderes personalistas en cada cambio de trayectoria y ello ha impedido que se logren consensos básicos permanentes. En consecuencia, si la política argentina continuara regida por el crudo presidencialismo de las últimas décadas, las posibilidades de que en un tiempo cercano surja una nueva trayectoria histórica que consolide las instituciones de la República son muy bajas. En este sentido, los primeros meses de gobierno de la coalición Cambiemos ha demostrado que su accionar político no se basa en el clásico presidencialismo autoritario. Por no disponer de mayorias propias en el Congreso, pero también por el convencimiento del presidente Macri de que un cambio sustentable deberá basarse en la aceptación de políticas a la altura del siglo XXI por sectores mayoritarios de la sociedad argentina, el país tiene ante sí la posibilidad inédita de dejar atrás la política de baja calidad que signó nuestra decadencia e instaurar una fecunda trayectoria institucional.
La premisa mayor para una reforma y el incio de una nueva trayectoria histórica, el deseo profundo de la sociedad de impulsar un cambio de las viejas estructuras y conductas anacrónicas, incluyendo las patologías de las mentiras y la corrupción generalizadas, es una fuerza viva en la sociedad argentina. Este reclamo profundo de los argentinos es el que sostiene la imagen del Gobierno a pesar de los problemas económicos, la persistencia de la inseguridad y el aliento de la confrontación entre ciudadanos que fogonean los seguidores ultramontanos del cristinismo. Es un activo valioso, valiosísimo, que no habrá que desperdiciar.
En la Argentina, la diferencia entre la vieja y la nueva política es evidente y no necesita de grandes explicaciones. La eminente responsabilidad de la generación integrada por quienes han llegado al poder y de quienes practican una oposción moderna y positiva, es aplicar un sabio consejo de Ortega: “Una política que no contiene un proyecto de grandes realizaciones históricas queda reducida a la cuestión formal de gobernar en el sentido menor del vocablo”.
Publicado en La Prensa