Su fundación fue incierta. Todavía se debate si nació en los altos del parque Lezama o en el Palermo mítico de Borges. Tan particular fue la historia de Buenos Aires desde su cuna que es la única capital de América que fue fundada dos veces, después de que la ciudad de Mendoza fuera destruida por los propios españoles para dirimir la primera lucha por el poder en la región del Plata.

Con la fundación de Garay, en 1580, se conforma el embrión de San Nicolás y Monserrat, los barrios históricos de la patria chica de los porteños, en 144 manzanas delimitadas por las actuales calles de Balcarce, 25 de Mayo, Viamonte, Libertad, Salta e Independencia. Desde entonces, el alma de Buenos Aires reside en sus barrios, que le donarán su rasgo esencial: la pasión por la cultura. Contra la opinión que dibuja a Buenos Aires como una factoría sin alma, puro afán de lucro y especulación, Buenos Aires es sinónimo de cultura, de la defensa insobornable de la libre expresión, de la pasión por aprender y de una férrea voluntad de brindar instrucción a sus ciudadanos.

En 1810, apenas 40.000 porteños vivían a la vera del río inmóvil. En 1880, la ciudad de espíritu revolucionario era derrotada por la coalición conservadora encabezada por Roca y se transformaba en la capital de la República Argentina. No podría elegir su intendente hasta la reforma constitucional de 1994.

Sus 286.000 habitantes vivían dentro de los límites del antiguo ejido municipal de unas 4400 hectáreas, que no se había expandido demasiado y estaba demarcado por el arroyo Maldonado (actual avenida Juan B. Justo), Córdoba, Medrano, Boedo, Castro Barros, Sáenz y el Riachuelo: incluía los barrios de Recoleta, Retiro, Balvanera, San Nicolás, Monserrat, San Telmo, Constitución, la Boca, Barracas, San Cristóbal, Parque Patricios, parte de Palermo, Almagro y Boedo.

Hacia el Oeste, espacios apenas urbanizados se repartían entre quintas y los pequeños pueblos alejados de Belgrano y Flores.

Justamente, estos dos partidos se incorporarían a la flamante capital en 1884, mientras que en 1887 se hizo una corrección menor que llevó el límite a coincidir con una traza en la que se debería construir un bulevar de cien metros de ancho.

Esta asombrosa previsión, reservando un espacio a kilómetros del centro de la ciudad, se transformaría en la actual avenida General Paz (construida entre 1937 y 1941). La ciudad alcanzaba su extensión de 20.000 hectáreas.

En las décadas siguientes, el ritmo del progreso fue extraordinario. En el Centenario, Buenos Aires tenía aproximadamente 1.300.000 habitantes, distribuidos en veinte barrios: había nacido la cabeza de Goliat. Algunos de esos barrios no eran tales, sino apenas distritos enormes, como Vélez Sarsfield (actuales Pompeya, Villa Soldati, Villa Lugano, Parque Avellaneda, Mataderos, Liniers, entre otros) y San Bernardo (actuales Villa Crespo, Paternal, Villa del Parque, Agronomía, Villa Devoto, entre otros); merced a estas subdivisiones, llegaría a 47 el número de barrios porteños, según la nomenclatura oficial.

En paralelo, lentamente avanzaba la ocupación del territorio que sería el protagonista de la historia argentina desde mediados del siglo XX: el Gran Buenos Aires.

En esos años, tres de cada cuatro habitantes de la nueva megalópolis vivían en la Capital y ésta, por lo tanto, imponía su tradición cultural en la política. A medida que la relación se fue modificando (en el censo de 2001 fue exactamente inversa), las fuerzas progresistas y la educación como misión fundacional, las banderas históricas de los porteños, fueron relegadas por la rémora política del clientelismo.

La vieja política es sinónimo del Gran Buenos Aires. El populismo, las mafias desmadradas, la corrupción al por mayor, la pobreza como sistema estructural, la inseguridad, las graves insuficiencias de infraestructura han sido allí una realidad palpable. Mientras que el reeleccionismo ilimitado está desapareciendo en todo el país, varios intendentes del conurbano están por batir récords de permanencia.

En el Centenario, la Capital Federal era la caja de resonancia del optimismo y el progreso, cuyo fervor contagiaba a todo el país; en el Bicentenario, los barones del conurbano mantienen la democracia argentina subordinada a prácticas no republicanas que han generado y generan legiones de pobres. Las comparaciones huelgan.

Publicado en La Nación
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