
¿Qué es la felicidad, sino esa sensación de plenitud que nos inflama en los momentos gloriosos de nuestra vida? ¿Qué es, sino esas ganas de vivir, ese deseo de no renunciar a nada, que nos llena de gozo en las horas dichosas? Como sabía Julián Marías, “el hombre es, según el país y la época en que vive, más o menos feliz”, porque las formas de su realización personal dependen del balance vital de la sociedad, según ésta se sienta satisfecha, descontenta, irritada o aburrida. Pues bien, en el Centenario, la sociedad argentina se sentía optimista y partícipe de un proyecto de vida en común, cuya irradiación positiva alcanzaba a todos, más allá de las situaciones individuales.
El entusiasmo popular que acompañó los festejos del Centenario es el mejor indicador para atestiguar que, hace cien años, el país era una fiesta y los argentinos miraban confiados hacia el futuro.
El 25 de Mayo, abigarradas multitudes acompañaron con banderas y vítores el desfile militar de tropas representantes de los Estados Unidos, de Francia, el Imperio Austrohúngaro, Italia, Portugal, Japón, España, Uruguay, Chile, que cerraron los militares argentinos con los granaderos como estandarte y una cabalgata de gauchos ataviados con sus mejores galas.
En las numerosas exposiciones internacionales que se organizaron durante todo el año; en la fastuosa revista naval en la que participaron diecinueve buques de guerra extranjeros y veintiocho argentinos; en los monumentos donados por las colectividades en conmemoración de ese día de gloria y libertad para la Nación Argentina (la Torre de los Ingleses, el Monumento de los Españoles, el Monumento a Cristóbal Colón por los residentes italianos, los monumentos donados por las comunidades francesa, siria, norteamericana, austrohúngara y alemana); en el imponente desfile de la colectividad española en homenaje a la infanta Isabel de Borbón, que encabezó la delegación española, en la que participaron cincuenta mil españoles, incluso los grupos opuestos a la monarquía; en la multitudinaria marcha de los miembros de la comisión organizadora de los festejos, que el 23 de mayo desfiló entre el Congreso y la Casa Rosada, donde se destacaban los veteranos de la Guerra del Paraguay (en esos días, la patria recordaba a sus héroes), los expedicionarios del Desierto (que, a pesar de los falsos mitos que se pretenden instalar, aseguraron la posesión de un millón de kilómetros cuadrados de territorio nacional), los estudiantes universitarios, las asociaciones patrióticas, etcétera.
El clima festivo que se vivía en las calles, a pesar de los intentos de grupos anarquistas de empañarlos muy minoritarios, que, de hecho, desaparecieron de la escena nacional en poco tiempo, era percibido por las numerosas e ilustres personalidades que visitaron el país en 1910.
Georges Clemenceau, prominente político francés, escribiría que “la conciencia de una gran obra cumplida y la fuerte sensación del hermoso desarrollo de una voluntad, cuyos efectos se revelan cada día en extraordinarios espectáculos inspiran al pueblo argentino”, afirmación que suscribe Adolfo Posada, profesor universitario español, autor de un excelente libro sobre el país, que se conoció en el Centenario, con la reflexión: “Parece inundar a la patria de Sarmiento el goce, el placer de la vida, en una atmósfera de confianza y de fe en el porvenir. Hay, sin duda, sombras en el cuadro: ya se ha hecho notar; pero ellas sirven más bien para acentuar y dar relieve a la nota optimista dominante”.
Hoy, el estado de ánimo de los argentinos es el opuesto. A pocos días del Bicentenario, no hay clima de festejos. El país vive tiempos de discordia y confrontación, que el propio Gobierno alienta con una visión cortoplacista.
Se corre el riesgo de politizar los festejos del Bicentenario con que el oficialismo busque sacar un mero rédito político y que los ciudadanos opositores al kirchnerismo decidan no concurrir a los actos, incomparables con los de 1910, sólo para mostrar su enorme disgusto con la situación del país.
A cien años de aquel derroche de desbordante vitalidad, una sensación de bronca corroe el corazón de los argentinos. Anhelan sumarse a los festejos del Bicentenario, pero sienten que no tienen un proyecto de vida en común que constituya el marco de referencia para la plena realización de sus vidas.
Vivimos una larga decadencia como nación, que nos entristece y nos preocupa. Hemos pasado del optimismo a la frustración.
¿Qué ideales nos unen? ¿Cuál es la pretensión colectiva que otorga sentido y plenitud a nuestra vida como nación? Son preguntas sin respuesta. Se prefiere el “divide y reinarás” de Maquiavelo a la sabiduría criolla de “los hermanos sean unidos”.
Aun así, y porque nuestros hijos merecen saber con qué algarabía se festejaban los días patrios en nuestra adolescencia y juventud, sumemos nuestras voces para que la doctora Cristina Fernández, como presidenta de todos los argentinos, convoque a suspender por unos días la maquinaria ciega del rencor y vivamos con alegría el memorable aniversario de la Revolución de Mayo.
Y hagamos votos por que no sigamos perdiendo los eternos laureles que supimos conseguir.
Publicado en La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-unidad-de-los-hermanos-nid1264604