
Adam Smith (1723-1790) es el padre de la economía clásica. Fue una figura principal de la Ilustración escocesa, en la que se destacaron Francis Hutcheson, David Hume, James Mill, Thomas Reid, Adam Ferguson, James Watt, Joseph Black, James Hutton. Para Smith, la naturaleza de los hombres tiene dos atributos básicos: la simpatía y la propensión a intercambiar cosas. Del primero se deriva su doctrina moral, reflejada en Teoría de los sentimientos morales (1759); del segundo, su teoría económica, plasmada en La riqueza de las naciones (1776). Por eso, según Adam Smith, no se puede prescindir de la moral a la hora de discutir una teoría económica. El hombre es homo economicus, pero previamente es homo a secas.
A diferencia del pesimismo de Hobbes, Smith confía en el altruismo de los hombres y transfiere esa visión positiva a su moral y a su economía: “Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de estos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla”. Con estas palabras llenas de fe en el hombre inicia su Teoría de los sentimientos morales.
Es ilustrativo que La riqueza de las naciones tenga este inicio: “El mayor progreso de la capacidad productiva del trabajo, y la mayor parte de la habilidad, destreza y juicio con que ha sido dirigido, parecen haber sido los efectos de la división del trabajo”. Para Smith, la división del trabajo se potencia gracias al funcionamiento del libre mercado como mejor mecanismo de asignación de recursos entre la oferta y la demanda. Así lo consigna en su metáfora más famosa, que aparece una sola vez en La riqueza de las naciones: “En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él ni intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo (…), pero en este caso, como en otros, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. (…). Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo”.
Smith describe una sociedad donde las personas se benefician mutuamente cooperando con el aporte de sus respectivos talentos. Pese a ello, se lo critica aduciendo que el libre mercado produce desigualdad y que ello habría sido corregido en los países europeos de posguerra con la creación del Estado de Bienestar. Aquí, el error radica en confundir el mercado como único procedimiento conocido para fijar precios, determinar incentivos y promover la competencia, con políticas ulteriores de redistribución. Póngale el lector todas las regulaciones que desee y verá que por debajo de ellas, el mercado libre es todavía hoy la clave de la economía occidental. En la Argentina, la destrucción del mecanismo de mercado significó, aun con el gigantesco peso del Estado sobre el sector privado, que no hayamos desarrollado un genuino Estado de Bienestar y hayamos arrojado a millones de compatriotas a la pobreza.
El elevado concepto moral en que tiene Smith a la persona humana, su apoyo a la educación pública y su sentido de solidaridad impregnan sus razonamientos sobre economía. Su obra nos enseña que una sana economía política genera confianza y, por ende, riqueza, cuando se sustenta en bases morales y en la libertad de las personas para desarrollarse con el fruto de su esfuerzo y talento, y así sentirse bien por contribuir a la prosperidad de la sociedad.
Publicado en La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/adam-smith-moral-y-economia-nid23122021/