
La pandemia de Covid-19 ha agudizado las relaciones conflictivas entre libertad y política, definidas hoy como la tensión entre los márgenes de actuación que la democracia otorga a los políticos y los deseos de muchos de estos de ir más allá de esos márgenes, poniendo en riesgo los principios democráticos y republicanos.
En el siglo XX, una de las reflexiones más lúcidas sobre la condición política del hombre se la debemos a Hannah Arendt. En su obra realiza una prolija investigación sobre el significado de la libertad y la política, fundada en tres conceptos: la natalidad y pluralidad del hombre, su capacidad de acción y la primacía del espacio público sobre la vida privada.
Para Arendt, la política se funda en la facultad de iniciar del hombre, que es el reflejo de la natalidad humana. La referencia a la natalidad alude a que actuar significa tomar una iniciativa, comenzar, conducir (según la palabra griega archein). “Debido a que son initium, los recién llegados toman la iniciativa, se aprestan a la acción”. La aparición de cada hombre es un milagro de lo inesperado. La natalidad humana es la forja de personas radicalmente nuevas, que dan origen a la pluralidad. A su vez, “la pluralidad humana tiene el doble carácter de igualdad y distinción. Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse ni planear para el futuro. Si no fueran distintos, no necesitarían la acción para entenderse”.
Arendt luego establece la supremacía de la acción sobre la vida contemplativa. En su libro La condición humana, estudia tres actividades del hombre, que engloba bajo la expresión vita activa: labor, trabajo y acción. Mientras que la labor se refiere a todas las actividades esenciales para atender las necesidades de la vida, comer, beber, vestirse, etc. (homo laborans) y el trabajo incluye las actividades en las que el hombre produce objetos duraderos (homo faber), la acción es su capacidad más propia: la capacidad de ser libre (homo politicus). Los hombres pueden vivir laborando y trabajar para el uso y el disfrute de las cosas del mundo. Pero esa vida no es propia de la condición humana: “Una vida sin acción ni discurso está literalmente muerta para el mundo; ha dejado de ser una vida humana”.
El tercer aspecto decisivo radica en distinguir entre libertad interior y libertad política, y en sostener que esta es la libertad primaria del hombre. Según Arendt, primero nos hacemos conscientes de la libertad en nuestra relación con los otros, no en relación con nosotros mismos: “Sin un ámbito público políticamente garantizado, la libertad carece de un espacio mundano en el que pueda hacer su aparición”. La polis griega concede autoridad a sus ideas: “El individuo en su aislamiento nunca es libre; solo puede serlo cuando pisa y actúa sobre el suelo de la polis”.
En manos de Arendt, la política es la gesta imprevisible que hacen los hombres para manifestarse como individuos únicos e irrepetibles. Privados de la política, privados de lo público, los hombres no pueden ser individuos diferentes. Fuera de la política no existe un verdadero mundo del hombre, sino un contorno biológico, apropiado para la replicación del homo laborans y del homo faber, nunca para la aparición de individuos insustituibles. Arendt no titubea y enarbola la bandera de la patria del homo politicus. Una patria de natalidad, pluralidad y libre discurso, en la que los hombres hacen honor a su condición humana diferente, hoy pisoteada por el triunfo del animal faber y de quienes hablan en su nombre para poner en riesgo la democracia en el mundo
Publicado en La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/libertad-y-politica-en-hannah-arendt-nid11082021/