En las Bases, Alberdi enumera los antecedentes unitarios y federales antes de proponer su síntesis constitucional superadora. Siguiendo su método, describiremos el modelo populista defendido por el kirchnerismo con raíces en el setentismo y el modelo implantado en los años noventa, que se denomina erróneamente liberal ya que muchas de sus premisas no lo eran, hoy en día descalificado en su totalidad debido a la enorme campaña de desprestigio desatada por el kirchnerismo. Ambos modelos en estado puro produjeron graves problemas pero también mostraron aciertos de los cuales es obligación aprender para ensayar una síntesis valiosa para el futuro del país.

En materia económica, los años ochenta son recordados como la década perdida. Sin embargo, el período de menor crecimiento de nuestra historia comienza en 1975 con el Rodrigazo. Las estadísticas son inapelables: en los 15 años que van de 1975 a 1989 el PBI creció tan solo el 0,30%, es decir, un absoluto estancamiento económico. De este modo, y según cuentas justas, la trágica declinación que hoy denominamos los años pobres de la Argentina se inició en los años setenta.

El modelo setentista, que hoy aplica el peronismo kirchnerista, confía más en la capacidad del Estado para impulsar el desarrollo que en la iniciativa privada. De esta concepción básica se desprende que es el Estado quien decide qué sectores apoyar, en forma independiente de su eficiencia y capacidad de modernizarse sin recurrir a los fondos públicos. Como corolario de esta visión, el agro es expoliado y se favorece el cierre de la economía para proteger a industrias que luego de décadas todavía no resultan competitivas. Sobre este punto, el modelo setentista proclama su ideal de mantener bajo el desempleo (éticamente más valioso que el escaso interés que mostró el noventismo por paliar el elevado desempleo), pero este sano objetivo, que las fuerzas políticas de oposición no deberían permitir que sea una exclusiva bandera electoral del peronismo, en manos del setentismo lleva favorecer artificialmente el consumo, elevando el gasto público a niveles insustentables, y a un déficit fiscal financiado con emsión monetaria: como consecuencia de todo ello se produce el descontrol de la inflación. Finalmente, debido a la alta inflación la crisis se presenta con la caída del salario real, el descenso abrupto de las inversiones (cuyo ejemplo más dramático se observa en el gravísimo deterioro de los sistemas ferroviario y energético), la pérdida de reservas del BCRA y la fuga de capitales, la posibilidad de un nuevo default de la deuda y el estancamiento del crecimiento económico, un cócktel explosivo que invariablemente el setentismo busca combatir en una primera etapa con controles de precios, persecución del agro, denuncia de empresarios y en una etapa siguiente aplicando una receta de confrontación permanente, apropiándose de los ahorros de los trabajadores al estatizar las AFJP, utilizando discrecionalmente los fondos de ANSES y del BCRA, destruyendo el INDEC y provocando un estado de inseguridad jurídica y desconfianza del que tomará mucho trabajo salir. Si descontamos el rebote natural de la economía luego de la terrible caída del 2002, el aprovechamiento de la capacidad instalada disponible de los noventa y los extraordinarios precios internacionales de los commodities agropecuarios, poco queda del modelo setentista.

Por su parte, el modelo económico de los años 90 nació como consecuencia de la urgencia por eliminar de raíz el flagelo inflacionario, utilizando el método artificial de establecer un tipo de cambio fijo que ancló la inflación al precio de someter al resto de las variables económicas a tensiones que sólo podían superarse por un gigantesco incremento de la productividad. Para ello, alentó las inversiones externas y las privatizaciones de ineficientes empresas estatales, que daban pésimo servicio a los usuarios argentinos, pero lo hizo sin atacar el crónico déficit fiscal, que fue compensado por un elevado endeudamiento. La prolongación de un tipo de cambio fijo bajo, más allá de su éxito inicial en eliminar la inflación, significó una desprotección artificial de la industria nacional, con el consiguiente fuerte desempleo. Pese a la recesión heredada del exterior a partir de 1998, el modelo noventista no introdujo correcciones y tras años de inusual crecimiento se encaminó a su dramático fin en manos del delarruísmo. 

¿Qué conclusiones debemos extraer del análisis de los modelos setentista y noventista que faciliten la búsqueda de consensos para las próximas décadas?

En primer lugar, no se debe confundir el activismo estatal (setentismo) con regulación y contralor, que es otra cosa. Las naciones modernas confían en las fuerzas de la iniciativa privada (noventismo) pero dentro de un adecuado marco regulatorio. En segundo lugar, el tipo de cambio no puede ser fijado artificialmente (bajo en el noventismo, originalmente alto en el setentismo): el camino correcto para superar la crónica escasez de divisas es favorecer las exportaciones, cuyo corolario es no intervenir en contra del sector agropecuario que seguirá siendo el principal proveedor de divisas en un mundo ávido de nuestros productos. Si se trata de fomentar sectores de manera racional, el complejo agroindustrial tiene la prioridad. En tercer lugar, consideradas en conjunto las empresas privatizadas han demostrado ser más eficientes que las nacionalizadas; aquí se deberán modernizar los organismos de contralor según las mejores prácticas internacionales. En cuarto lugar, la defensa del empleo no pasa por la desregulación de derechos laborales adquiridos como intentó el noventismo ni por el abuso sindical clásico del setentismo: el trabajo argentino se defiende a largo plazo por la existencia de reglas de juego estables y aceptadas por todas las fuerzas políticas, que promuevan la inversión de capitales. No existe en el mundo otro método conocido para incrementar el empleo que el crecimiento de las inversiones. En este punto, el noventismo estaba mejor perfilado pero su inadecuada macroeconomía fiscal y la ausencia de un seguro de desempleo desprestigió su esfuerzo privatizador e inversor. En quinto lugar, consolidar el superavit fiscal es prioritario. En su primer gobierno, el kirchnerismo ha hecho un valioso aporte en este sentido, pero luego generó un nivel de gasto público muy superior a las posibilidades de la economía argentina: actualmente, el gasto público no es financiable sin emisión, ha reaparecido el déficit fiscal y se preanuncia un próximo ajuste, que de no ser conducido por el gobierno será impulsado de peor modo por la dinámica de los desequilibrios existentes.

Para concluir, los años setenta y los noventa comparten dos graves problemas, que los asemejan pese a los intentos de diferenciación de sus respectivos apóstoles: corrupción y retroceso en la distribución del ingreso. No será posible una Argentina con paz social sin consensos que dejen atrás la corrupción y la desigualdad social: para lograrlo las nuevas generaciones están llamadas a superar el estéril enfrentamiento entre setentistas y noventistas.

Publicado en La Prensa