
El ocio tiene buena prensa. Para Ortega y Gasset, esta constatación hubiera sido una señal de alarma; no esperaba innovaciones duraderas de las modas o las personas que gozan de buena prensa. Y seguramente tenía razón: en cuánto apuramos una reflexión sobre el ocio, aparecen sus flancos débiles.
Imaginemos una vida de ocio. Y para facilitar el ejercicio, imaginemos una vida de ocio de un hombre cualquiera, que de buenas a primeras recibe una gran concesión. El ejercicio imagina que cobrará mensualmente una suma equivalente al doble de sus ingresos actuales, de modo que en el futuro ya no tendrá apremios económicos. De la noche a la mañana, siendo aún muy joven, ha sido agraciado con la oportunidad de pasar del status de empleado al de jubilado. El ejercicio no requiere que completemos el perfil psicológico de la persona en cuestión. Sepamos tan solo que es un ciudadano común, que vive en una gran ciudad, que no está animado de intereses intelectuales o artísticos y que tampoco lo seduce la participación en política o en iniciativas comunitarias. Ha formado una familia y siente obligaciones afectivas muy firmes hacia la educación de sus hijos.
¿Cómo se desenvolverá la vida de nuestro héroe devenido en rentista? ¿cómo ocupará su tiempo libre? ¿cómo se reorganizará la vida hogareña con el jefe de familia pasando largas horas en casa? El tenor de las preguntas anticipa los problemas de economía vital, ya que no económicos, que deberá enfrentar el protagonista de nuestro ejercicio de ocio.
Al principio sentirá satisfacciones innegables. Dejará de madrugar todos los días del año, no tendrá que apretujarse para viajar al trabajo, no estará obligado a cumplir horarios laborales y no soportará jefes insufribles. Las vacaciones no representarán unos pocos días por año, sino que se tornarán su estado habitual. Tampoco estará preocupado porque su presupuesto llegue a fin de mes, por perder el empleo o por su destino de jubilado. En la visión de sus amigos, nuestro héroe se ha sacado la lotería y será objeto de envidia y admiración.
Pero los sueños son efímeros y pronto el rostro de una realidad inquietante ensombrecerá el horizonte vital de nuestro afortunado amigo: el exceso de tiempo libre.
Poco a poco, cumpliendo la ley de hierro del agotamiento de los placeres por hipertrofia, consumirá el repertorio de quehaceres que no había podido realizar por falta de recursos económicos o de tiempo libre. Téngase en cuenta que esos quehaceres están limitados por su status de rentista; nuestro héroe no se ha transformado en millonario sino que tan solo se ha independizado del trabajo cotidiano. Representante de millones de héroes anónimos, se mantendrá en la creencia de sentirse bendecido por el sutil encanto del ocio hasta el momento justo en que comprenda que las delicias de la jungla ciudadana son tan inútiles para llenar su vida como los gorjeos de aves tropicales para orientarse en la selva.
Se puede soñar con el ocio pero es imposible instalarse en él. Antes del milagro de la multiplicación de las rentas, el protagonista de nuestro pequeño drama espiritual pasaba sus días convencido, imperio mediante de los usos sociales, que el ocio es la verdadera riqueza de la vida; que gozar de todo el tiempo libre es el mayor don de la cultura occidental; que tener resuelta la vida económica es el desideratum de los desideratum; que vender el alma al diablo por un océano de ocio es un expediente que no conduce al naufragio vital; que la buena nueva anunciada por la publicidad consumista es la verdadera panacea a condición de no trabajar; que la disponibilidad absoluta de nuestras horas, sin obligaciones laborales a la vista, es la aproximación más perfecta al paraíso que conocieron Adán y Eva.
Inesperadamente, será entonces cuando el espejismo del ocio se haga presente en su vida. ¿Cuántas horas por día soportará mirando televisión? ¿cuántas practicando deportes? ¿o durmiendo siestas? ¿cuánto tiempo le llevará discutir con su mujer y cuánto tiempo más darse cuenta que sus amigos están ocupados? ¿se sentirá cómodo al ser percibido como alguien diferente? ¿decidirá estudiar? ¿para qué, si nunca ha tenido interés en cultivar otras disciplinas que la comida y el futbol? ¿cuántas series verá por semana? ¿cuántas veces escuchará las mismas canciones? ¿navegará intrépido por Internet como un Vito Dumas del ciberocéano? No todo lo que reluce es ocio.
La aspiración a independizarse del trabajo físico es tan antigua como el hombre. Por primera vez en la historia esa vieja aspiración es factible de tornarse realidad. La tecnología del siglo XXI representará una versión esencialmente diferente del maquinismo que hemos conocido desde la Revolución Industrial. Dependerá de la calidad moral del hombre, y de su descubrimiento de nuevas maneras de apreciar la realidad, que esa tecnología obre en beneficio de su realización personal.
Habitualmente, se ha entendido que disponer de más tiempo para el ocio es el significado auténtico de los nuevos lujos, por contraposición con los tradicionales, ligados con la posesión de grandes riquezas económicas. Esta interpretación harto corriente se sustenta en la etimología de la palabra griega skholé, que los romanos tradujeron por otium, pero de la que también se deriva schola, escuela. En su magnífica lección sobre la filosofía de Aristóteles, Xavier Zubiri realiza una precisa descripción del otium: sólo cuando se han satisfecho las necesidades básicas y han sido descubiertas las técnicas concernientes al placer y la comodidad, solamente entonces el hombre puede librarse del negotium y quedarse en simple otium. Nada más alejado de la etimología del ocio que su interpretación como la disponibilidad de tiempo libre para no hacer nada. No olvidemos que skholé llegó a significar escuela, un quehacer más relacionado con una activa dedicación de tiempo y esfuerzo que con una graciosa falta de obligaciones hacia los demás y hacia uno mismo. En este sentido, razonaba Savater: “no se trata de estar ocioso, sino de no trabajar para no tener que descansar luego”, y, al igual que legiones de autores, invitaba a una consideración poética del trabajo.
De allí que el dilema moderno esté mal planteado: el problema no es el trabajo y la solución, el ocio. El problema central es el trabajo rutinario y la solución, la realización personal. Pero al hablar de realización personal entra en juego la verdadera razón de ser de una vida en plenitud: la vocación. El tipo de ocio que se resume en la frase “tener tiempo libre” está igual de contagiado de los problemas del trabajo; ambos comparten un denominador común: ser inservibles para realizarnos. El hombre está obligado a vivir la aventura de realizarse, y ésta, su irrenunciable condición, lo aleja tanto del trabajo rutinario como del ocio sin sentido.
La vocación es una fuerza maravillosa que nace de nuestro espíritu, llena de energía vital a nuestra existencia y nos quita todo vestigio de incertidumbre. La entrega irrestricta a una vocación, y no el engañoso espejismo del ocio, es la condición necesaria para alcanzar una vida plena.
Publicada en La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/meditaciones-cuarentena-espejismo-del-ocio-nid2485660