La sociedad argentina está obligada a realizar profundas reformas políticas, económicas y sociales para las próximas dos décadas en un marco de elecciones cada dos años que condicionan los costos que están dispuestos a pagar los gobernantes en el corto plazo.

Para sus dirigentes la tarea será doble: deberán ser capaces de pensar las ideas que necesita nuestro país con urgencia y a la par tener la habilidad política de llevarlas a la práctica. Esta doble exigencia parte de una comprobación: el pensamiento argentino ha sido decisivo a la hora de establecer los grandes rumbos de nuestra sociedad o, contrario sensu, un lastre para el progreso en épocas de deserción y confusión de ideas. Para quienes creemos que contar con instituciones estables es la llave del progreso, el rol de los pensadores en esclarecerlas y aportar propuestas es fundamental.

En el pasado argentino, es posible hacer una distinción entre pensadores proyectivos y pensadores críticos. En la categoría de pensamiento proyectivo se ordenan autores que se distinguen por un pensamiento orientado a proyectos, por pensar el futuro de la nación. En general, tienen una visión positiva de la realidad, aun cuando pretendan modificarla, y confían plenamente en las posibilidades del pueblo argentino. Su mirada se orienta hacia el mundo, al cual desean integrarse. Creen que la reforma de las instituciones debe hacerse para forzar progresos sociales que la cultura de los pueblos de por sí no puede producir. En teoría política moderna, son cercanos al institucionalismo.

Pertenecen a este grupo Hipólito Vieytes, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Eduardo Wilde, Joaquín V. González, José Ingenieros, Alfredo Palacios, Alejandro Bunge, Federico Pinedo, Arturo Frondizi, Juan José Sebrelli.

En la categoría de pensamiento crítico se ordenan autores cuyo enfoque intelectual primario se orienta hacia el análisis de la realidad tal como existe, sea como crítica del orden social, de las instituciones políticas o de períodos históricos determinados. Estos autores resaltan los aspectos negativos de nuestra sociedad. No los mencionamos porque no es posible agrupar en una sola categoría a la legión de pensadores críticos que contribuyeron a nuestra larga y penosa decadencia. Su modo de pensar es afín al culturalismo, que abonó la creencia en la incapacidad de los argentinos para una acción colectiva exitosa.

La segunda premisa necesaria para retomar la prosperidad es que el pensamiento proyectivo encuentre intérpretes con la capacidad política de concretar un programa de grandes reformas a pesar de las restricciones que introduce la dinámica electoral, porque se trata de llevar adelante una revolución, pero en democracia.

Para ello, nuestra compleja realidad exige gobernantes que entusiasmen a los argentinos con el cambio, pero en positivo, dejando de lado las grietas que esterilizan a nuestra sociedad. Si el consenso fuera sólo negativo para evitar el regreso de las peores formas del populismo que encarnó el kirchnerismo, las posibilidades de un cambio duradero son escasas.

La tarea es enorme y excede a pensadores aislados o a un partido político determinado. Se necesita el concurso de toda una generación. Que está obligada a aunar el genio ideador de la generación del 37 con la capacidad de acción de la del 80. Es una elevada misión, pero es la única que nos sacará del populismo y librará de la pobreza a millones de compatriotas.

Publicado en La Nación
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