
Como si los argentinos no quisiéramos aprender de los errores del pasado, hoy se vuelve a hablar de las ilusiones de los años setenta. Sin embargo, fue precisamente a partir del retorno del peronismo al poder en 1973 que se inició un largo y penoso camino de decadencia. La ilusión es dulce pero nos engaña; la verdad es dolorosa pero real y nos enseña como mejorar.
De 1930 a 1973, el PBI argentino creció un 3,1% promedio anual, un índice inferior al logrado en los 50 años previos pero suficiente para mantener el nivel de vida de los argentinos en términos comparables con naciones que hoy claramente nos han superado como España, Irlanda o los países del sudeste asiático. La década del 60 (Frondizi, Illia y Onganía) con su robusto 4,5% promedio anual era la mejor garantía de un vigoroso desarrollo de la clase media argentina y de una movilidad social única en América Latina. Esta situación se derrumbaría por completo en las décadas siguientes.
De 1973 a 2002 el PBI ha crecido un paupérrimo 0,7% promedio anual, absolutamente insuficiente y que explica los niveles de pobreza actuales.
En el mismo período, la deuda externa pasó de u$s4.800 millones a una cifra que ronda los u$s180.000 millones. Han sido los años pobres de la Argentina, con un único período de fuerte crecimiento en la primera Presidencia de Menem que permitió que el promedio del período no fuera directamente negativo. ¿Qué nos pasó para arruinar nuestro bienestar en niveles tan significativos?
Las políticas de ajuste
Desde 1983 se suele hablar de las políticas de ajuste que ha recomendado el FMI como causa principal de nuestros males. Sin embargo, y para solo poner un ejemplo reciente, la política seguida por el ex Presidente Duhalde ha sido la más ortodoxa y brutal política de ajuste y no se puede decir que le fue impuesta por el FMI.
La maxidevaluación representó una caída brutal del salario real, que en el sector público –donde los salarios suponen el peso mayor- equivalió a una abultadísima licuación del gasto público.
Por su parte, la caída del PBI de un 12% nos habla de una dramática recesión cuya contrapartida es el desplome de las importaciones. Al mantenerse los niveles de las exportaciones (no subieron como proponían los teóricos del “modelo” devaluatorio), se generó un fuerte excedente de la balanza comercial mientras que el IVA aplicado a precios con inflación más las retenciones a las exportaciones produjeron un superávit fiscal.
Pues bien, este es el modelo agroexportador ortodoxo que impulsa el FMI: superávit fiscal que permita comprar las divisas que genera la recesión, para hacer frente a los pagos de la deuda externa.
El ex Presidente Duhalde ha sido el más disciplinado cultor de las políticas de ajuste y empobrecimiento, que son las que utilizaba la Argentina en el siglo XIX y hasta 1930, sólo que estas políticas eran viables en un país con pocos habitantes pero hoy llevan a la indigencia a millones de argentinos. De 1973 a 2002, la Argentina experimentó 4 sistemas económicos artificiales que se basaron en regulaciones varias.
Todos terminaron provocando un cataclismo posterior y más empobrecimiento. El peronismo en 1973/4 congeló precios y tasas por decreto y ese intento llevó al rodrigazo. El gobierno de Videla aplicó la tablita cambiaria con garantía estatal de los depósitos, que desembocó en la crisis del sistema financiero de 1981 y los consiguientes seguros de cambio. El gobierno de Alfonsín intentó un complejo mecanismo desindexatorio (el Plan Austral) que derivó en la hiperinflación de 1989. Y el gobierno de Menem impuso la convertibilidad hasta que ésta se hizo inviable y, con la ayuda de De la Rúa y Duhalde, nos arrastró a la terrible crisis actual. Pero ninguno de estos gobiernos intentó corregir el problema básico que era el desequilibrio presupuestario y la escasa productividad por un bajo nivel de inversiones.
En vez de aplicar las políticas que ya no se discuten en las naciones serias del mundo, se dedicaron a financiar esos desequilibrios emitiendo moneda y/o tomando deuda y luego tuvieron la ilusoria pretensión de crear los experimentos que mencionamos para controlar sus efectos.
La huelga de capital
En “La crisis del capitalismo argentino”, Paul Lewis lúcidamente sostiene que “los trabajadores no tienen el monopolio del uso de la huelga como arma: la renuencia de los empresarios a invertir en Argentina puede considerarse una huelga de capital”.
Hasta 1945 el motor del crecimiento fue una elevada tasa de inversión sobre el PBI, basada en la confianza que daba nuestra capacidad exportadora. Las políticas posteriores hicieron huir a los inversores y desde entonces hemos vivido una prolongada huelga del capital. ¿Qué se requiere para revertirla? Una sana macroeconomía que no sea puesta en juego con cada nuevo gobierno y que se reduce a equilibrio presupuestario, pero con disminución de la presión impositiva. Es también imprescindible el arreglo de la deuda externa en función de las posibilidades del país pero con seriedad y responsabilidad.
El consumo interno
A partir de 1945, el peronismo pretendió enfocar el impulso de la economía en la expansión del consumo interno. El experimento fue posible por el gran nivel de reservas que encontró Perón pero en 4 años el modelo se había agotado y el mismo Perón se inclinó al incentivo de las inversiones a partir de 1952. Recientemente, el crecimiento de los años de Menem se debió más a la expansión del consumo interno que a las inversiones. Contra lo que se dice, a pesar del proceso de privatizaciones, las tasas de inversión del período fueron moderadas. Y el consumo interno creció por la abundante existencia de crédito. ¿Qué se requiere para expandir el consumo interno? Un sólido sistema financiero y reglas claras para que vuelvan los depósitos y el crédito.
El modelo exportador
Las políticas del nuevo gobierno harían bien en revisar estas experiencias y combinar sabiamente el fomento de las inversiones y el desarrollo del consumo interno. Pero también se deberá recuperar la capacidad que hizo grande a la Argentina del Centenario: la capacidad exportadora.
El drama argentino ha sido siempre la escasez de divisas para financiar las importaciones que requiere la ampliación del mercado interno y repagar la tasa de retorno de las inversiones. Y remediar esta carencia tiene un nombre: exportar. Exportaciones, prosperidad es tu nombre. El empobrecimiento no es una fatalidad del destino a la que estamos inexorablemente condenados. Las naciones se empobrecen por causas concretas. Exportar, invertir y consumir, he aquí la trilogía económica argentina que las políticas de todos los gobiernos deberán tener como objetivo central de su gestión.
Publicado en La Prensa