En la Argentina se suele comparar el presente con épocas pretéritas para resaltar nuestra decadencia. Las estadísticas son elocuentes y, en general, los indicadores del pasado son abrumadoramente mejores que los del presente. Estas comparaciones deberían servir para aprender de los errores que hemos cometido, pero, en nuestra sociedad, solo sirven para causar profundas divisiones entre los argentinos. Por eso, por higiene mental, y por higiene política, no deberíamos insistir en compararnos con el pasado, sino en realizar una rigurosa y objetiva descripción de nuestro presente. Si nos pusiéramos de acuerdo en cuál es la realidad argentina actual, estaríamos en condiciones de pensar en el futuro sin pelearnos por lo que pasó. Lo hecho hecho está, y no vale la pena seguir lamentándose: nuestros hijos nos exigen soluciones para su porvenir. Una consideración adicional torna imperativo que unamos esfuerzos: nos guste o no, el país se encamina a una peligrosa crisis, más grave que la presente. ¿Quién podría negarse a evacuar a personas indefensas en un incendio y, para ello, no dejaría de lado sus diferencias?

Como punto de partida, propongo un decálogo descriptivo de nuestra situación. Si lográramos coincidir en que es una descripción fidedigna, sería el primer paso en la búsqueda de consensos que nos permitan superarla, trabajando todos juntos. Las diez verdades que siguen no se aplican a un gobierno en particular y son responsabilidad por igual de la sociedad civil. No es lícito afirmar que un sector de la vida nacional es el único culpable de nuestra decadencia.

Somos un país pobre y la desigualdad ha escalado dramáticamente. Hemos naturalizado que somos el país de mayor retroceso en los últimos setenta años. Nuestra democracia ha profundizado la decadencia.

Nuestras instituciones no funcionan adecuadamente. Vivimos con inestabilidad permanente en el Poder Judicial; en el Congreso los debates no aportan soluciones y solo son funcionales al poder de turno, y el Poder Ejecutivo vive al borde del autoritarismo por el manejo discrecional de los recursos federales.

La corrupción está extendida en el sector público, en el nivel municipal, provincial y nacional.

El tamaño del Estado argentino ahoga a la iniciativa privada. Y su capacidad de gestión es extremadamente limitada para los desafíos que enfrentamos.

Nuestra economía no respeta las reglas básicas que hacen a la prosperidad de los pueblos. No tenemos moneda, crédito, un régimen de coparticipación federal adecuado ni un sistema impositivo que aliente la creación de riqueza.

La Argentina no es confiable para los argentinos ni para el mundo. En la Argentina se invierte muchísimo menos de lo necesario y sin inversiones no hay progreso.

No estimulamos las exportaciones, único recurso para obtener divisas para el desarrollo.

Nuestra educación es obsoleta. Tenemos pobres indicadores de escolaridad y de aprendizaje efectivo.

Nuestro sistema de salud es fragmentado, ineficiente y poco equitativo.

La inseguridad castiga por igual a todos los sectores. No nos sentimos protegidos de la delincuencia.

Este decálogo tiene una traducción directa, que se respira en todas partes y se acentúa en los jóvenes: hemos perdido la esperanza en un futuro mejor. Entonces, si estuviéramos de acuerdo en que estas verdades representan a la Argentina actual, ¿qué conclusiones sacaremos para mejorarla? A modo de propuesta preliminar, para cada punto indico ciertas bases que podrían ser útiles para la búsqueda de consensos.

Reconocimiento de nuestra condición de pobreza: en un acto con la presencia de las fuerzas políticas y representativas de la sociedad civil debemos reconocer que nuestra democracia ha fallado. No existe mañana sin el previo arrepentimiento de todos.

Compromiso de respeto a las instituciones: en ese acto, se debe firmar un compromiso explícito de respetar la independencia del Poder Judicial, de transformar el Congreso en un ámbito de debate maduro de las reformas que necesitamos y de abolir toda atribución de manejo de fondos por parte del PE que no esté aprobada en el presupuesto nacional.

Erradicación de la corrupción: el combate permanente contra la corrupción debe ser suscripto en el mismo acto.

Perfil del Estado: definir un indicador del peso del Estado que puede soportar la sociedad argentina y establecer ese objetivo a mediano plazo. Profundizar la digitalización del Estado.

Bases económicas: reconocer que el mercado es el mejor mecanismo conocido para la fijación de precios. Establecer un marco regulatorio moderno. En conjunción con el punto anterior, fijar una meta de equilibrio presupuestario en el mediano plazo, único medio genuino de recuperar la moneda y el crédito. Sancionar una nueva ley de coparticipación que incentive a las provincias que requieren menos ayuda de la nación. Debatir un régimen impositivo, laboral y previsional a largo plazo y los medios de su implementación gradual.

Recuperación de la confianza de los inversores: la confianza se restablecerá gradualmente por el hecho de mantener un marco de seguridad jurídica estable y políticas de Estado a largo plazo. El país no puede fomentar inversiones en todos los rubros. Se deberá elegir los sectores con mayores ventajas comparativas.

Fomento de las exportaciones: eliminar todos los impuestos a las exportaciones y reducir los que gravan insumos importados necesarios para la producción de bienes exportables. Favorecer la exportación de los servicios de la economía del conocimiento.

Políticas de educación: el Estado nacional debe volver a hacerse cargo de la educación. En este rubro, el federalismo solo produce inequidad y un bajo nivel educativo. Establecer metas plurianuales de acuerdo con estándares internacionales.

Reforma del sector de la salud: enfocada en una mejor integración y complementación de los diversos subsectores, con el Estado federal recuperando el manejo nacional de las políticas de salud y con un marco regulatorio aplicable a todos los subsectores.

Combate al delito: el primer paso es cumplir la ley y acelerar los procesos penales, propendiendo al cumplimiento efectivo de las penas. Se deberá crear una infraestructura de reclusión y/o recuperación de los condenados que les brinde chances de rehabilitación.

El lector quizá opine que la mayoría de estos puntos han sido invocados más de una vez y que nunca se llegó a nada. Tiene razón. También dirá que existen agrupaciones políticas que prefieren radicalizar las antinomias y tratar de imponer su punto de vista a toda costa. También tiene razón. Sin embargo, la acumulación de crisis y de pobreza está llegando a un punto sin retorno, en el que ninguna fuerza política por sí sola tiene la capacidad de salir de la inviabilidad presente de la Argentina. Las fuerzas políticas mayoritarias, con el respaldo de la sociedad civil, deben finalmente aceptar que no puedan dar las soluciones que los argentinos reclaman a menos que trabajen coordinadamente y a largo plazo. Si no lo hacen, sufrirán derrotas electorales y pondrán en riesgo la confianza de los argentinos, hasta ahora plena, en la democracia como el mejor sistema para otorgar respuestas a sus justas demandas.

Publicado en La Nación
https://www.lanacion.com.ar/opinion/las-nuevas-verdades-del-presente-argentino-nid10032021/