Por la aparición de la pandemia del coronavirus, estamos viviendo un acontecimiento en el sentido disruptivo que Badiou le otorga a este concepto. Para el filósofo, el acontecimiento es impredecible e inexplicable en el contexto del curso ordinario de las cosas. Nos hace perder los fundamentos sobre los que vivimos. Por tanto, produce un cambio radical en la vida social y tiene el potencial de originar nuevas verdades y realidades. El acontecimiento es lo imposible que se manifiesta y quiebra nuestro mundo.

El concepto del acontecimiento se aplica a nuestra vida personal. Pensemos un minuto en nuestra biografía. ¿De dónde hemos venido? ¿Qué es lo que sabemos de nuestra vida? Ateniéndonos a la realidad, solo sabemos que nos encontramos viviendo, puestos a vivir, sin haberlo solicitado previamente. Es un acontecimiento inaudito, irracional, pero podríamos no estar. Nadie nos consultó sobre si queríamos o no vivir; nos encontramos viviendo sin saber por qué, sin intervención de nuestra voluntad. Nunca sabremos qué extraño azar, qué fortuitas circunstancias posibilitaron que naciéramos en el seno de una familia determinada, y en una nación y una época determinadas. Este extraño acontecimiento de hallarnos viviendo a la fuerza, sin conocer de dónde venimos, es el primer principio de la filosofía. Del colosal asombro que nos provoca nacen todas las meditaciones sobre nuestro destino.

¿Qué se sigue de esta evidencia? Que estamos, pero podríamos no estar. Frágiles y contingentes, el “estar” es el primer gran signo de nuestra riqueza personal. El “estar” es una posibilidad que inesperadamente ha llegado a ser. Es el milagro original de nuestro yo personal. Nosotros, como seres personales, somos realidades estrictamente nuevas, aparecidas de la nada. Nuestro organismo psicofísico es reductible a nuestros padres, pero como personas capaces de decir yo, no podemos ser derivados de ellos. Conviene insistir en lo dicho. El hijo, no el organismo psicofísico, sino la persona, es una realidad no originada en los padres. Literalmente, ha surgido de la nada. Ha acontecido la creación de una realidad sin “causa”, si entendemos por creación la potencia de originar realidades ex-nihilo.

Gracias al “estar”, nuestra riqueza personal consiste primariamente en la posibilidad que hemos recibido de acceder a la infinita policromía de lo real. Esta es la definición primaria de nuestra riqueza personal, que no se define como un catálogo de haberes y bienes. La expresión tampoco sería correcta si a los bienes, entendidos en sentido material, se les agregara el adjetivo de espirituales o de dones personales recibidos. La riqueza de las personas no depende de condiciones innatas, no se mide en función de capacidades intelectuales ni está sujeta a la cantidad y/o calidad de atributos individuales que nos constituyen. Toda definición de riqueza personal que implique un inventario de elementos materiales o espirituales es inapropiada. Este tipo de riqueza es asunto de la contabilidad. La riqueza de las personas no depende de la circunstancia en que hemos nacido. Es inaceptable subordinarla a factores hereditarios, históricos, económicos, familiares, genéticos. La riqueza de las personas se funda en la oportunidad que tiene el hombre de acceder a toda la realidad y de realizarse. No hemos pedido esa oportunidad. Pero nos la han dado.

La pandemia es un acontecimiento sin precedente. Los cimientos de la sociedad global quedaron expuestos y nuestra loca carrera en pos de objetivos materiales fue detenida de golpe. Nos vimos obligados a quedarnos en casa y reflexionar sobre nuestros valores. ¿Necesitamos un nuevo paradigma, una nueva revelación, como reclamaba Ortega? Una posibilidad, ligada a las mejores tradiciones de Occidente, es imaginar un paradigma superador del liberalismo clásico y sus tres excelsas conquistas: libertad política, neutralidad moral y riqueza material. En las naciones más avanzadas este paradigma debería partir de declarar que las condiciones de igualdad a nivel de las necesidades primarias del hombre están satisfechas. Y ello porque existe un subsuelo de “riqueza invisible”, un conjunto de bienes, técnicas, comodidades, adelantos sin costo (o con costo despreciable frente a los ingresos disponibles), acervos culturales y educativos, con el que se cuenta como contamos con la tierra que pisamos aunque no reparamos en ella.

Frente a un reclamo de mayor igualdad económica, que se mueve en el plano de la riqueza material, una visión superadora y acorde con el progreso moral y tecnológico y el subsuelo de riqueza invisible que está alcanzando Occidente requiere un nuevo paradigma de riqueza de las personas, que explique e incluya el paradigma anterior desde un nivel más elevado.

El nuevo paradigma no existe todavía, pero no se preocupa más por la igualdad económica, ya que define que en las naciones desarrolladas la igualdad a nivel de las necesidades básicas está resuelta. El ciudadano de una nación europea tiene acceso a su alimentación, vivienda, salud, educación, libertad personal y política, y otros etcétera que conforman su bagaje mínimo en la vida: a este nivel de necesidades de bienes y servicios, y de derechos y libertades, ese ciudadano, esos hombres y mujeres, son iguales. La democracia liberal ha cumplido su magna faena y ha igualado a las personas de las naciones desarrolladas en un maravilloso proceso de riqueza y bienestar básicos, sin parangón en la historia. Justo por ello, se da por cumplida esta etapa y se busca adelantar un paso: con necesidades primarias satisfechas es posible apuntar a un paradigma de la riqueza de las personas que reemplace al paradigma de la riqueza medida por factores materiales.

Al tener asegurada la igualdad económica básica, cada persona queda en franquía para buscar su plenitud y desaparece la posibilidad de comparar qué vida es mejor: comparar la vida de personas únicas y diferentes pierde por completo su sentido. La ética se personalizará. El patrón de medida de la plenitud de una vida no se medirá en los nuevos tiempos según nuestro ingreso económico o por los bienes y servicios que tenemos o consumimos. No habrá un patrón de medida que nos compare de acuerdo con cuáles sean nuestros triunfos sociales porque todos serán triunfos para cada persona única y diferente que los persiga según sus íntimas preferencias. Merced a sus fantásticos niveles de productividad y abaratamiento de costos, en esta cuarta ola los bienes materiales básicos gozarán de las virtudes hasta ahora solo reservadas a los bienes culturales: no tener un costo de producción apreciable. La única materia prima para crear arte es el talento y la perseverancia. Aquellos de nosotros que creemos que crear es vivir dos veces, alzamos las banderas clásicas del arte y las extendemos a todos los rincones de nuestra vida personal.

En las naciones avanzadas, el paradigma buscado proclama que personas únicas y diferentes deben tener vidas únicas y diferentes. Incomparables. No se merecen menos que eso.

Publicado en La Nación
https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-riqueza-personas-tiempos-coronavirus-nid2446486