
La apelación a la historia contrafáctica es una tentación permanente del historiador que analiza hechos lejanos en el pasado, y suele ser criticada por la presentación de hipótesis que no se pueden probar, en especial porque a pesar de que se acumulen investigaciones minuciosas, finalmente es muy difícil comprender el estado de la opinión pública de una época. En cambio, en el caso del analista de la coyuntura actual esa posibilidad es más verosímil, porque este vive inmerso en la vasta gama de hechos que constituyen su realidad sociopolítica presente. En este sentido, es válido preguntarnos qué elementos de la crisis económica que atravesamos estos días habrían sido diferentes si Macri hubiera ganado las PASO .
La evolución de los datos estadísticos entre las elecciones del 11 de agosto y el 27 de septiembre es la siguiente: la inflación IPC de julio fue de 2,2% (la más baja de 2019); la de agosto, 4,00%. El tipo de cambio, 46,20 (con un incremento del 19,7 desde inicios del año); al 27 de septiembre, 59. El índice de producción industrial, -1,9% con respecto a julio de 2018, -8,4% entre enero y julio de 2019 vs. enero-julio de 2018, pero 8,4% más que en junio de 2019. El índice de consumo (encuesta de centros de compra), -2,6% respecto de junio de 2019 y 9,8% respecto de junio de 2018 (cifras negativas pero bastante mejores que las de los primeros meses de 2019). Las reservas del BCRA, US$67.899 millones, con un incremento de US$3621 millones respecto de junio de 2019; al 27 de septiembre, US$49.312 millones. Los depósitos en dólares, US$32.503, el nivel más alto desde la salida de la convertibilidad; al 25 de septiembre, US$21.708 millones. En la licitación de LETE del 23 de julio (la última antes de las PASO) se colocaron US$1400 millones; tras las PASO las licitaciones se suspendieron. El índice Merval del 9 de agosto subió el 7,84%; al 27 de septiembre, -36,5%.
¿Qué pensaría un observador imparcial a la vista del derrumbe de todas estas variables macroeconómicas? Seguramente preguntaría qué cataclismo sucedió el fin de semana del 11 de agosto. Todos conocemos la respuesta: el triunfo de lafórmula Fernández-Fernández por 15 puntos sobre la fórmula Macri-Pichetto provocó una monumental crisis de confianza en los argentinos y en los inversores externos. No pretendo negar los graves problemas que arrastraba la situación económica antes de las PASO en cuanto a recesión, inflación y pobreza, pero tampoco se puede negar que si Macri hubiera triunfado en las PASO no habría existido corrida cambiara, ni de depósitos, ni los títulos públicos y las acciones se hubieran derrumbado tan estrepitosamente. Entrando en un análisis contrafáctico, era altamente probable que la situación económica hubiera continuado con una lenta mejoría y que se contara con el tiempo necesario luego del 10 de diciembre para lanzar un programa económico de fondo y con 4 años por delante. Más: si en las elecciones del 27 de octubre Macri llegara al ballottage, este exclusivo hecho revertiría la confianza perdida.
Es evidente que la clase media, que toma decisiones económicas día a día, no confía en Cristina Kirchner , y es también evidente que no cree que Alberto Fernández sea el dueño de los votos, sino un mero testaferro del kirchnerismo. Para probar esta afirmación basta con responder una pregunta: si el kirchnerismo no existiera y la fórmula presidencial estuviera representada por figuras moderadas del peronismo, ¿se habría producido la crisis de confianza que hoy arrasa con cualquier posibilidad de tener estabilidad en el país? ¿Creen los argentinos que los K pueden solucionar los problemas que ellos engendraron en 12 años de despilfarro de recursos? ¿Creen los ciudadanos de a pie que el mundo apoyará a un gobierno que sistemáticamente se dedicó a elogiar a Cuba, Venezuela e Irán?
La historia contrafáctica puede ser criticada, pero es una herramienta utilizada en otras sociedades. Sin embargo, en la Argentina se podría reivindicar otro modelo de análisis exclusivo de nuestra trayectoria histórica: la historia contranormal. La historia contranormal, si se me permite el neologismo, se define como la capacidad de hacer todo lo contrario de lo que hacen los países normales. La Argentina padece una decadencia sin fin por arrastrar durante décadas una extraordinaria secuela de anomalías: solemos hacer las cosas que nadie hace y renunciar a hacer las cosas que hacen los países normales del mundo. Nuestra historia es una suma de anormalidades. Un nuevo ejemplo de esta pasión por las anomalías se produce en la fórmula K. Se repite a diario, como si fuera normal, que la designación de Alberto Fernández es un caso único en el planeta, donde quien tiene los votos se elige a sí misma como candidata a vicepresidenta y nombra con un bando inapelable a quien encabezará la fórmula presidencial. Suponer que una muestra de rareza política de esta envergadura puede conducir a buen puerto es una demostración cabal de anormalidad política que observaría azorado cualquier analista externo. Pero no nos engañemos: es la misma clase de normalidad sin base en la realidad que nos viene hundiendo en la ciénaga de la pobreza desde hace décadas. ¿Cómo es posible que cada extranjero que nos visita se sorprenda por nuestro paupérrimo desarrollo económico a la vista de nuestros ingentes recursos, y nosotros continuemos persistiendo en ir a contramano del mundo con afán digno de mejor causa?
Sabemos qué habría pasado en materia de expectativas económicas si Macri hubiera ganado las PASO, pero también podemos predecir con bastante certeza que en la fórmula Fernández-Fernández se esconde la semilla de un conflicto profundo que llevará a la Argentina a perder, una vez más, la posibilidad de ser un país normal. ¿O será que nos encanta ser anormales?
Publicado en La Nación. https://www.lanacion.com.ar/opinion/una-leccion-aprender-del-coronavirus-nid2349278