
Determinar los factores que han posibilitado la perdurabilidad del peronismo transcurridos 70 años desde su nacimiento y 40 desde la muerte de su fundador ha sido una faena esquiva para los mejores pensadores locales y extranjeros. Entre las innumerables tesis que se han ensayado para explicar su vigencia se ha destilado una característica que el propio peronismo ha impulsado hasta lograr un amplio consenso en la sociedad argentina: el peronismo es la única fuerza política que asegura la gobernabilidad. Una tesis cuyo corolario es que los opositores no están en condiciones de conducir al país sin provocar graves crisis políticas y socioeconómicas. Con este latiguillo, se atemoriza a los argentinos que no toleran su autoritarismo y preferirían un cambio de fondo, esmerilando las posibilidades de opciones electorales no peronistas.
Ahora bien, ¿cuál es la consistencia del mito de la gobernabilidad peronista? Para responder no es suficiente que nos preguntemos cómo se define el concepto político de gobernabilidad, sino que debemos introducir el concepto de gobernanza. Y al hacerlo comprobaremos que el aura peronista de la gobernabilidad se desvanece como la falsa realidad del hombre de la caverna al descubrir el sol, según nos enseña Platón.
En general, la gobernabilidad es definida como la capacidad del poder político para ejecutar las acciones de gobierno, mantener el orden público, evitando que se desencadenen crisis socioeconómicas o de violencia entre facciones y salvaguardar la continuidad del sistema político y del Estado. Frente a esta definición clásica, en décadas recientes se ha comenzado a diferenciar la gobernabilidad de la gobernanza. En el año 2000, en el Diccionario de la Real Academia Española se introdujo una impecable definición de gobernanza: “Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”. Mientras que la gobernabilidad se refiere al ejercicio efectivo de la autoridad gubernamental, la gobernanza se puede traducir como el buen gobierno. Un buen gobierno se preocupa de fomentar la iniciativa y creatividad de los ciudadanos, en un marco estable y a largo plazo de reglas de juego que faciliten la creación de riqueza y la inclusión de los sectores postergados.
“La buena gobernanza asegura que la corrupción es minimizada, los puntos de vista de las minorías son tomados en cuenta y las voces de los más vulnerables en la sociedad son escuchadas en el proceso de toma de decisiones. También atiende a las necesidades presentes y futuras de la sociedad” (What is Good Governance, Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia y el Pacífico, julio de 2009).
A la luz de estas definiciones, ¿se puede seguir sosteniendo que el peronismo ha desarrollado buenos gobiernos? ¿Es posible seguir ocultando los pésimos gobiernos del peronismo bajo la máscara de que asegura la gobernabilidad, como si apelar a fuerzas de choque y clientelismo puro para controlar o desatar el caos social sea un mérito político? Frente al matonismo permanente de “nosotros o el diluvio”, una amenaza de baja estopa que se remonta a las monarquías absolutas que predicaban “el Estado soy yo”, los argentinos debemos ajustarle las cuentas al peronismo, rechazar sus métodos extorsivos y medirlo con la vara del buen gobierno.
Los resultados de los gobiernos peronistas en sus distintos períodos han generado más consecuencias negativas que positivas. Como botón de muestra, la larga década kirchnerista es un ejemplo acabado de mal gobierno. A pesar de contar con los términos de intercambio más elevados y de mayor duración de la historia argentina, el fortísimo incremento de producción de soja logrado desde los años 90 merced a las nuevas técnicas de siembra directa, las tasas de interés internacionales más bajas y un consiguiente escenario muy favorable para las inversiones, la disponibilidad de una moderna capacidad instalada en la industria, especialmente en sectores clave como telecomunicaciones y automotor y el fuerte crecimiento de Brasil como principal socio comercial, la herencia del kirchnerismo es una inflación galopante, a la par de recesión económica, reservas en niveles mínimos, un déficit energético abultado, la infraestructura en pésimo estado, un tercio de la población bajo la línea de pobreza, instituciones clave como el BCRA, el Indec o la Anses vaciadas, las instituciones de la república bastardeadas, la corrupción enquistada en todos los ámbitos del Estado y la inseguridad adueñada de la vida de los argentinos.
¿Cómo se puede sostener que el peronismo asegura la gobernabilidad cuando todo su afán actual es tratar de llegar de cualquier modo a 2015 y dejarle una bomba de tiempo al próximo gobierno? ¿Es ético que se alabe la vocación desmedida de poder del peronismo como si se tratara de una virtud que asegura la gobernabilidad y no se condenen sus terribles descalabros?
Los argentinos hemos estado confundiendo demasiado tiempo las sombras de la gobernabilidad con la auténtica realidad de la gobernanza. Es imperativo que salgamos fuera de la caverna peronista y no nos dejemos extorsionar por verdaderos profesionales en manipular el poder y el relato en beneficio propio.
Nuestra historia desde 1945 se asemeja a un largo periplo de Sísifo, donde los argentinos creímos empujar la roca de la prosperidad hacia la cima de la montaña para verla caer una y otra vez por el peso del peronismo populista. En cierta forma, este eterno retorno de la historia argentina ha representado un círculo vicioso y decadente, una tragedia coral donde el mal gobierno ha sido la moneda corriente que nos ha impedido cruzar el Sinaí y llegar a la tierra prometida del desarrollo.
Publicado en La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/gobernabilidad-no-es-lo-mismo-que-buen-gobierno-nid1755694