
Parafraseando a Ortega y Gasset en su libro España invertebrada: trataremos, en las próximas líneas, de definir la grave enfermedad que sufre la Argentina.
En las últimas décadas, la Argentina se ha transformado en una nación en la que la prosperidad es inviable. Quienes así opinamos nos exponemos a ser calificados de pesimistas, olvidando esos críticos otra certera frase de Ortega: “¿No es el peor pesimismo creer, como es usado, que España fue un tiempo la raza más perfecta, pero que luego declinó en pertinaz decadencia?”.Siguiendo a Ortega, ¿pasó nuestra época de esplendor, como creen los verdaderos pesimistas, o todavía es posible un renacimiento del milagro argentino? Para dar una respuesta, invito al lector a evaluar un puñado de preguntas.
¿Aceptaremos que la iniciativa privada es el motor de la economía y no el Estado? ¿Podremos retransferir al sector privado el millón de empleados públicos que se sumaron durante este siglo? ¿Seremos capaces de soportar un largo período sin vuelos de cabotaje para acabar con el chantaje de los sindicatos entronizados en Aerolíneas Argentinas? ¿Nos decidiremos a eliminar los subsidios a las ensambladoras de Tierra del Fuego, para el carbón inexplotado de Río Turbio, la biblioteca del Congreso o el improductivo astillero de Río Santiago?
¿Volveremos a viajar a Mar del Plata en cuatro horas y un ratito? ¿Tendremos el valor de cerrar un enjambre de organismos de nombres rimbombantes que despilfarran recursos y son presa fácil del clientelismo político? ¿Concentraremos esos recursos gastados en burocracias inoperantes en atender el drama de la pobreza?
¿Privilegiaremos el transporte en camión o recuperamos el ferrocarril para canalizar la producción agroindustrial? ¿Erradicaremos los abusos económicos de las provincias rentísticas? Y a la par, ¿cesará la utilización extorsiva de la caja del Estado nacional para presionar a las provincias? ¿Nos llenaremos de valor para terminar con la estabilidad del empleado público?
¿Pondremos fin al sindicato único y a la reelección indefinida de sus dirigentes?
¿Dejaremos atrás el costo exorbitante de las legislaturas nacionales y provinciales?
¿Nos integraremos al mundo o recaeremos en un autismo paralizante? ¿Serán nuevamente el mérito y el esfuerzo las banderas para progresar? ¿Terminaremos con el sofisma del ingreso irrestricto a las universidades públicas?
¿Será nuestro nuestro trabajo o seguiremos alimentado un ogro estatal ineficiente colonizado por quienes se enriquecen a costillas, piernas y brazos nuestros?
¿Serán los victimarios en una Argentina renovada quienes vayan a las cárceles y no las víctimas al cementerio? ¿Tendremos jueces que persigan a los corruptos o corruptos sentados en los estrados judiciales?
¿Persistirán desde el seno del poder los ataques al periodismo independiente?
¿Trataremos de recuperar el espíritu y la calidad de la escuela pública o seguiremos dominados por dirigentes que conspiran contra una educación moderna?
¿Veremos un BCRA que defienda la moneda y que no sea su destructor con la maquinita de emitir? ¿Insistiremos en el expediente de endeudarnos para pagar gastos corrientes en lugar de encarar un programa racional de reducción del gasto público?
¿Nos propondremos en serio reducir la tasa de inflación a un dígito, como es normal en todo el mundo, causa eminente del triste récord de 50% de pobres que tenemos?
¿Cuántos más ciudadanos deberemos hundir en la miseria para que estas preguntas no continúen multiplicándose? Y como la contracara de esa pobreza, ¿nos decidiremos a alentar a los innovadores, a la Argentina del conocimiento, a quienes crean trabajo, y dejaremos de perseguir al gran inversor pero también al pequeño emprendedor sepultado por una montaña de costos y regulaciones? ¿O seguiremos con la fiesta de construir estadios de fútbol fantasma en La Plata o en Santiago del Estero, barrios de viviendas que nunca se terminan u hospitales que no se equipan?
Finalmente, ¿prevalecerá la búsqueda de la verdad o la imposición del relato?, ¿la unidad o la grieta?, ¿la discusión democrática o el fanatismo?
Por acción u omisión, por ambición de poder o por temor a meterse, por no aprender del pasado o por creer en falsas utopías, por todo esto, que es responsabilidad de todos, hemos acumulado un purgatorio de preguntas indigno de nuestros mayores y de nuestros próceres. Ellos no se reconocerían en la Argentina actual. Como no deberíamos reconocernos nosotros como punto de partida para regresar a nuestras raíces.
Si pudimos construir una nación próspera desde un desierto deshabitado, podemos volver a hacerlo. Sin embargo, si el lector piensa que a estos interrogantes les augura una respuesta similar a la que recibieron durante las últimas décadas, sepa que en la Argentina la prosperidad es y será inviable.
Publicado en La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/es-argentina-pais-inviable-nid2579256