El populismo es la expresión más acabada del primitivismo político. La palabra primitivismo como definición conceptual fue principalmente utilizada para describir el movimiento artístico que desde fines del siglo XIX se inspiró en la idea de un retorno a formas de arte más auténticas y no contaminadas por la civilización industrial. En el nacimiento del arte moderno, el primitivismo significó una ruptura con los valores estéticos tradicionales y encontró su canal de expresión en el arte no occidental, especialmente en el arte de las culturas africanas, que a los ojos de los artistas que inspiraron el movimiento mantenían una relación más pura entre el hombre y la naturaleza. El precursor del primitivismo fue Paul Gauguin, conocido por refugiarse en la Polinesia para estar en contacto con formas de vida más naturales y desarrollar una actitud estética celebratoria de lo popular y lo exótico.

Pero sin duda la asimilación total en el arte de las cadencias primitivistas se da en la figura de Pablo Picasso. En 1907, Picasso termina su famosa pintura Las señoritas de Avignon, el punto de partida de su giro copernicano hacia el cubismo y el vórtice en el que la influencia de las máscaras africanas viene a completar su inspiración para rechazar el arte occidental del siglo XIX e iniciar su genial revolución artística. En el lenguaje artístico del siglo XX el primitivismo tuvo un eminente contenido positivo y de alabanza del arte tribal como expresión auténtica de valores universales.

Al trasladarnos al terreno de la política, ese matiz positivo se pierde, un hecho que comprueba por enésima vez que el arte y la política no suelen caminar juntos, quedando por discutir si el arte realmente anticipa el mundo que vendrá o si sólo expresa una válvula de escape para las tremendas presiones que sufre el hombre en la civilización actual. En política, el primitivismo significa la exaltación de un mundo donde las relaciones sociales y de poder se manifestaban sin intermediarios entre el jefe de la tribu y los miembros del clan y éstos eran básicamente iguales entre sí.

Este mundo primitivo posee una característica fundamental: en él, las instituciones políticas todavía no han nacido. Nosotros no pretendemos señalar que el populismo actual sea equivalente a un retroceso al mundo salvaje preinstitucional o a las violentas pujas de poder que sobrevienen cuando personas civilizadas recaen en el estado de naturaleza hobbesiano. Pero sí creemos que por analogía el término primitivismo en política representa la regresión a niveles inferiores de instituciones.

A Alexander Herzen se le atribuye haber sido el primer autor en introducir el término populismo para referirse a su propuesta política. Herzen reivindicaba el ideal de vida de los campesinos y creía que se podía aspirar a la igualdad de la sociedad rusa pasando del feudalismo al socialismo sin atravesar la etapa del industrialismo que recorría Europa. La gravedad de esta aspiración residía en el rechazo de las instituciones republicanas occidentales que habían hecho posible la Revolución Industrial. Dada la índole primitivista del populismo, no sorprende que en la era contemporánea haya aparecido como movimiento político en la Rusia zarista del siglo XIX, una de las sociedades más atrasadas de Occidente.

En virtud de lo expresado, entendemos por populismo la forma de organizar políticamente una sociedad sin respetar las instituciones afianzadas en su evolución previa. En este preciso sentido, el populismo es una forma de anacronismo, una violación de las estructuras institucionales anteriores a su surgimiento. El primitivismo populista se define como una expresión política que prescinde de los logros institucionales alcanzados en el período precedente por privilegiar la comunión directa entre el líder y sus seguidores.

Esta visión reduccionista se complementa con una idea que cruza toda la obra de Herzen y que Isaiah Berlin resume a la perfección: “El fin de cada generación es ella misma”. Motivada por el deseo de combatir a los profetas que sacrifican al pueblo en aras de un futuro espléndido, su concepción populista recae en una perspectiva cortoplacista que es connatural al primitivismo político: el rechazo del esfuerzo presente como medio para alcanzar el progreso futuro. Incapaz de proyectar una sociedad mejor que siguiera los pasos del industrialismo occidental y abocado, por tanto, a idealizar la vida comunitaria de los campesinos rusos una vez que fueran liberados del yugo de los terratenientes, Herzen promueve un aspecto esencial del primitivismo populista: el vivir al día y sin pensar en políticas sustentables a largo plazo. Herzen piensa que no es correcto anteponer el bienestar del pueblo que vive hoy a favor de generaciones futuras, pero está claro que defender ese ideal sólo es posible si nos conformamos con la vida congelada de una tribu primitiva, donde las generaciones se suceden sin avanzar un centímetro en mejorar su calidad de vida, material y espiritual.

Sin ánimo de caer en una analogía con la ley de los tres Estados de Comte, el Estado populista es una fase anterior al Estado civilizado. Representa una aguda dicotomía entre lo moderno y lo primitivo. Una regresión a etapas anteriores del desarrollo político. El primitivismo político, del que el populismo es un alumno aventajado, es esencialmente antiinstitucionalista.

Publicado en La Nación
https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-primitivismo-populista-nid1729236/