Lunes 8 de diciembre de 1980, 11 PM, hora de Nueva York. Es tarde en Buenos Aires, pero estoy despierto en mi cuarto y escucho la terrible noticia, “John Lennon ha sido asesinado”. No puedo escuchar más. Basta ese mínimo cambio para transformarme en un carrusel de recuerdos. En segundos, que transcurren con una lentitud vertiginosa, le rindo homenaje. No puedo imaginar que John esté muerto.

Me había tomado un año sabático y hacía un par de meses que estaba de regreso en el país. Mientras meditaba en calma sobre mi futuro y se acercaba el verano, mi pasión por el rock nacional disfrutaba del regreso de Almendra, aunque me había perdido los recitales para presentar su nuevo álbum, El valle interior, iniciados tan solo dos días antes en el “santuario” de Obras. De nada valdría que unos días más tarde The Police actuara por primera vez en la Argentina. La música estaba de luto. En lo personal, nunca olvidaré ese lunes de sangre.

Es muy difícil encontrar palabras nuevas para escribir sobre John Lennon a cuarenta años de su asesinato. En estas décadas privadas de su genio se han ensayado todas las metáforas y se le han rendido todos los honores. Se me ocurrió que podía recordar sus declaraciones más famosas y controvertidas, sus desplantes a favor de la paz y la tirria que provocaba en los gobernantes, que no comprendían su mensaje. No sería nada original porque su biografía es una de las más conocidas del siglo XX. Están quienes creen que pasó a la historia por esos rituales de revoluciones pacíficas. Sin quitarles un ápice de importancia, con esos gestos de insurrección interior no hubiera alcanzado para ser lo que es.

Otros, con justa razón, sostienen que John Lennon es lo que es, y lo que será siempre, por la bendición de su música. ¿Quién podría dudarlo? Sin embargo, decir que su música es un milagro de creatividad y lirismo no alcanza. Elogiar las canciones que compuso con su guitarra rítmica, inspirado por vaya a saber qué geniecillo benigno capaz de aventar nuestras horas de incertidumbre, no le rinde el tributo que se merece. Disfrutar de sus recitales a dúo con Paul, estremeciendo a miles de fans, no lo diferencia de otros grandes ídolos del rock.

Para mí, John es único e irrepetible más allá de su música y de su crítica a los poderosos. John Lennon es John a secas desde su muerte estúpida y prematura por haber sido el más grande ícono de la juventud del siglo XX. Nunca serán suficientes todos los homenajes para agradecerle lo que hizo por nosotros, por los jóvenes de aquellos años que supimos reconocer en su inconformismo y en su rebeldía nuestro propio camino para tener una voz en el mundo. Bajo su liderazgo, los jóvenes abandonamos el férreo mundo de nuestros mayores y salimos al mundo para traer remolinos de brisa fresca y proclamar nuestra identidad.

No sé cómo terminar esta nota. Quizá porque no soy un buen poeta solo se me ocurre transcribir un par de líneas de una canción que me inspira en mi camino y me recuerda su presencia viva: “Limitless, undying love which shines around me like a million suns, it calls me on and on across the universe” (“Amor eterno e ilimitado que brilla a mi alrededor como un millón de soles, que me llaman y me llaman a través del universo”).

Publicado en La Nación
https://www.lanacion.com.ar/opinion/cuarenta-anos-sin-john-lennon-nid2533310